martes, 30 de octubre de 2012

James Bond se va a la National Gallery

Antes de empezar, tranquilos. No voy a desvelar nada sobre la trama de Skyfall. Esto es simplemente una pista para entender mejor uno de los guiños artísticos de la última película de James Bond.

En un momento de la trama, el agente 007 tiene una cita con Q en la National Gallery de Londres para recibir nuevas armas para su misión. Bond ha decidido volver a la acción después de una buena temporada retirado y está en baja forma. Le preocupa estar haciéndose viejo y se sienta delante de un cuadro que refleja muy bien esos sentimientos: "El Luchador Temerario" (1839) de J. M. W. Turner.

La obra cuenta el último viaje de El Temerario, un navío de combate que luchó con la flota del almirante Nelson en la Batalla de Trafalgar (1805). El viejo barco, destartalado después de cumplir su misión, es arrastrado por un remolcador hasta la costa, donde será desguazado para vender su madera al peso.

El antaño temible velero aparece en esta pintura como un fantasma (blanco, muerto e inservible) que tiene que ser remolcado por una moderna máquina a vapor. La fea modernidad (oscura, sucia y humeante) ha vencido al ya inútil pasado. Turner representa así el implacable paso del tiempo, que no perdona por muy bonitos recuerdos que tengamos de él. El artista, que tenía ya 64 años, plasma en medio de un simbólico atardecer (el ocaso de la vida) su miedo a la vejez y a perder sus cualidades como pintor.

Estos mismos temores son los que Sam Mendes, director de Skyfall, quiere reflejar en ese maduro James Bond, que se para a meditar frente a este cuadro. Sin embargo, aunque entrado en años y quizá un tanto desfasado, la elegancia y experiencia indiscutible del viejo velero (como la del maduro 007) pueden resultar mucho más eficaces que la nueva y a veces vulgar forma de hacer las cosas. En definitiva: que la veteranía es un grado.
 

domingo, 21 de octubre de 2012

Louise Bourgeois: amor y dolor de una madre

- Exposición "Louise Bourgeois: Honni soit qui mal y pense" en La Casa Encendida (Madrid). Hasta el 13 de enero de 2013.

Cuando tenía 10 años, Louise Bourgeois descubrió que su padre engañaba a su madre con su niñera. Eso provocó en la pequeña un trauma que duró toda su vida y que sólo lograba aliviar mediante el arte. De ahí su obsesión con esculpir genitales masculinos, a los que clavaba agujas y troceaba constantemente. Quienes la conocieron aseguran que sus obras son fruto de una mente patológica.

La traición sufrida por su madre también puede verse en las esculturas y dibujos de Bourgeois: mujeres vulnerables, encerradas en su casa como en prisiones, obligadas a cuidar de sus hijos sin la ayuda del marido, sintiendo cómo sus vidas se desperdician en la cocina.

Para Louise Bourgeois las madres son como arañas y así las representa en algunas de sus obras más famosas, como la que puede verse junto al Museo Guggenheim de Bilbao (también hay una en la cafetería del Reina Sofía, en Madrid). Son al mismo tiempo cariñosas y temibles: tejen telas que protejen a sus crías del ataque de depredadores, pero a la vez son despiadadas herramientas asesinas con las que cazan a sus presas para alimentar a los pequeños.

Bajo las enormes patas de sus esculturas arácnidas (llamadas Maman) nos sentimos cobijados pero también inquietos ante su fuerza y aspecto inquietantes. Así ve ella a las madres: abnegadas y amorosas protectoras de sus hijos pero capaces de todo si alguien les ataca.

Como las arañas, la madre de Louise también tejía: trabajaba como costurera restaurando tapices. De ahí que en muchas obras de Bourgeois aparezcan trozos de tela cosidos y utlice la aguja como símbolo.

Ésta, igual que la araña, también proteje y amenaza a la vez: los puntos de sutura, aunque duelen, son la cura más eficaz ante las heridas. Por eso sus personajes están hechos con fragmentos de tejido unidos a base de puntada e hilo: reconstruye recuerdos dolorosos (como agujas que se clavan) para tratar de aliviar su mente enferma (a base de suturas que logren cicatrizar las heridas).


- Exposición "Louise Bourgeois: Honni soit qui mal y pense" en La Casa Encendida (Madrid). Hasta el 13 enero de 2012.



Escucha la entrevista a la comisaria de la exposición, Danielle Tilkin, en la sección de arte de Pablo Ortiz de Zárate en el Hoy por Hoy Madrid de la Cadena SER:

martes, 16 de octubre de 2012

Cosmópolis: el capitalismo reta a Rothko

El dinero lo puede comprar todo, incluso la Capilla Rothko, el símbolo anticomercial del arte. Es lo que piensa el protagonista de Cosmópolis, la novela de Don Delillo llevada al cine por David Cronenberg. El personaje (interpretado por Robert Pattinson) es un jugador de bolsa multimillonario que tiene el capricho de hacerse con esta obra de Rothko, cueste lo que cueste, para demostrar al mundo que el dinero está por encima de cualquier valor moral.

La Capilla Rothko es un santuario dedicado a la reflexión. La iluminación y arquitectura del templo, unido a los oscuros murales pintados por el artista estadounidense, crean un ambiente íntimo en el que se incita al visitante a meditar. Mark Rothko creó esta obra como venganza contra el mercado del arte: una mezcla de arquitectura y pintura aparentemente indivisible e imposible de vender y creada sólo para el disfrute del público, no de unos pocos millonarios.

Efectivamente, Rothko odiaba que sus cuadros decoraran las casas de los ricos. Una buena prueba de ello fueron sus famosos Seagram Murals: varios cuadros creados para ambientar el restaurante de lujo Four Seasons de Nueva York. El encargo, uno de los más caros de la historia, iba a convertir a Rothko en millonario. Pero cuando el artista visitó el restaurante, se negó a entregar los cuadros. Según él, su arte estaba hecho para reflexionar, no para embellecer un comedor lleno de ricos materialistas y superficiales. Rompió el contrato y donó parte de las obras a la Tate Gallery de Londres (hoy expuestas en la Tate Modern).

Sus cuadros a base de masas de color están pensados para que el espectador se pierda en ellos, olvidándose del mundo y centrándose solo en sus pensamientos y emociones. El dinero casaba mal con esta misión reveladora de Rothko. Delillo, al hacer que el protagonista de su novela Cosmópolis quiera comprar precisamente a Rothko y su Capilla, nos plantea aquí una reflexión sobre la lucha entre el idealismo de los artistas y el poder materialista del dinero. ¿Quién ganará la batalla? Una pista: Rothko se suicidó, incapaz de asimilar su estatus de artista multimillonario.