lunes, 28 de septiembre de 2015

El terror chino anda suelto

Ai Weiwei ante los árboles que dan la bienvenida a su exposición.

Tras recuperar su pasaporte, confiscado hace cuatro años por el Gobierno de Pekín, Ai Weiwei sale legalmente de China para inaugurar su nueva exposición en Londres. Ni los 81 días que estuvo secuestrado por el régimen chino, ni las amenazas que recibe, han acallado la crítica política de su arte. Sus nuevas obras, más radicales que nunca, se burlan sin rodeos de sus represores.


En pleno Picadilly londinense, en el patio de entrada de la Royal Academy of Arts, hay 9 gigantescos árboles-escultura colocados por Ai Weiwei para dar la bienvenida a los visitantes de su nueva exposición. Sin embargo esas obras, uno de los grandes atractivos de la muestra, han estado a punto de no llegar por falta de dinero. La institución organizadora anunció en julio que no tenía fondos suficientes para trasladar desde Pekín los descomunales troncos e inició una campaña desesperada de crowfunding en internet para conseguirlos. En sólo un mes cientos de seguidores anónimos donaron casi 140.000 euros, más de lo necesario para pagar su transporte, instalación y correspondiente seguro.

Ai Weiwei en su taller de Pekín (Cortesía Royal Academy of Arts)
Semejante movilización ciudadana demuestra que Ai Weiwei ha llegado a Londres en la cumbre de su popularidad, lograda paradójicamente con la ayuda del Gobierno chino, el mismo que intenta silenciarle. Relativamente desconocido para el gran público hasta hace poco, saltó a la fama en 2011 cuando varios policías le detuvieron en el aeropuerto de Pekín. Le esposaron, le taparon la cabeza con una capucha y desapareció. Los casi tres meses que estuvo incomunicado en una diminuta celda, con las luces encendidas 24 horas al día, le convirtieron en una celebridad mundial. Tras liberarle, le confiscaron su pasaporte durante 4 años hasta que el mes de julio pasado, tan arbitrariamente como se lo quitaron, le fue entregado de vuelta.

Con la capacidad de salir del país recién recuperada, Weiwei inaugura en la Royal Academy de Londres su exposición más política, en la que, además de repasar su trabajo de los últimos 20 años, relata paso a paso la represión a la que está siendo sometido. Ha recreado la habitación donde le tuvieron detenido sin cargos e incluso retrata con técnica hiperrealista a los guardias que le custodiaron durante ese tiempo. Pero sin duda la obra que mejor representa su fuerza como agitador de conciencias es ‘I.O.U. Walpaper’. Tras ser liberado de su secuestro de 81 días, el Gobierno chino le impuso una multa de más de un millón de euros por un supuesto fraude fiscal. Inmediatamente, miles de personas de todo el mundo empezaron a mandarle donaciones, incluidos algunos compatriotas chinos que, por miedo a ser identificados, le tiraban paquetes de dinero por encima del muro de su casa. La obra no es más que uno de los pagarés que Weiwei envió a cada donante comprometiéndose a devolver hasta el último céntimo de lo recibido.

Pero, ¿cómo ha conseguido este artista salir del reducido círculo del arte contemporáneo para ser adorado por activistas de todo el mundo? La clave está en su magistral uso de Internet. Bloguero habitual desde hace años, Weiwei empieza a llamar la atención en 2008 con sus posts en contra de los Juegos de Pekín. Aunque en un principio colaboró con el Gobierno diseñando el estadio olímpico (su célebre ‘Nido del pájaro’), acabó pidiendo públicamente el boicot en la red. 

'Derecho', Ai Weiwei (Cortesía Royal Academy of Arts)
Ese mismo año se produjo el terremoto de Sichuan y el artista usó el blog para responsabilizar al régimen Chino de la muerte de miles de niños. Según él, la mala calidad de los materiales con los que el Gobierno había construido las escuelas de la zona provocó que 5.000 estudiantes acabaran sepultados bajo los escombros. Protestó organizando por internet una investigación colectiva para publicar los nombres de todos esos escolares muertos y paralelamente elaboró una de sus obras de arte más espectaculares, llamada ‘Derecho’ y que hoy puede verse en la exposición de Londres. Se compone de 90 toneladas de barras de acero retorcidas que Weiwei recogió clandestinamente de entre los restos de la catástrofe. Contrató a un grupo de obreros que las enderezó a mano, una a una, en un laboriosísimo proceso para volver a dejarlas en su forma recta original. Todas aparecen apiladas formando un gran sismógrafo en la primera planta de la sede de la Royal Academy, que ha tenido que encargar un estudio para asegurarse de que el edificio soportaría semejante peso.


'Cámara de vigilancia', (Cortesía Royal Academy of Arts)
Tanta crítica fue demasiado para las autoridades de Pekín, que cerraron su blog cuando recibía 100.000 visitas al día. Weiwei decide entonces trasladar su activismo a Youtube, Instagram y Twitter. Ahí, las imágenes de su día a día y vídeos protesta como la parodia del famoso Gangnam Style de Psy tratan de burlar al Proyecto Escudo Dorado, la gran herramienta de censura de Internet del Gobierno chino. Curiosamente, aunque Ai Weiwei es el artista más activo del mundo en redes sociales, es poco conocido entre sus compatriotas ya que el régimen, además de tener bloqueado Twitter, ha eliminado su nombre de Internet en todo el país.

Lo que los censores no han podido borrar son las esculturas con que el artista se ha presentado en Londres. La Royal Academy muestra al Weiwei más irónico con ‘Cámara de Vigilancia’, obra que consiste exactamente en eso: una cámara de vigilancia tallada en mármol a modo de objeto sagrado. La idea le vino a la cabeza cuando la policía china instaló al menos 20 de esos aparatos en los alrededores de su estudio-residencia para controlar sus pasos.

No es el único objeto cotidiano tallado en mármol. En la exposición también encontramos un carrito de bebé del mismo material, concebido tras quitarle la cámara a un agente secreto que estaba haciéndole fotos por la calle. En ella encontró fotos de todos sus movimientos, incluidas varias imágenes de algo aparentemente tan poco peligroso como el cochecito de su hijo. Para Weiwei es la “evidencia de hasta qué punto los estados autoritarios intentan controlar a los individuos”. Una obsesión policial nada nueva para el artista, que cada cierto tiempo recibe en su casa la visita de un agente que intenta convencerle mediante paseos y charlas para que deje de meterse en política.

'Restos', Ai Weiwei (Cortesía Royal Academy of Arts)
Weiwei pasó los primeros 20 años de su vida en un campo de castigo en condiciones infrahumanas. Su padre era Ai Qing, un famoso poeta que tras colaborar en la revolución maoísta de 1949 y trabajar para el gobierno, cayó en desgracia por pedir libertad de expresión. Fue enviado a un campo militar de reeducación en el desierto de Gobi donde vivió casi dos décadas con su familia limpiando retretes. Como homenaje al compromiso de su padre, el artista presenta en Londres por primera vez ‘Restos’, la réplica de varios huesos excavados recientemente en uno de esos antiguos campos de concentración. 

Su lucha política que mezcla obras trascendentales con otras cargadas de ironía, unida a su fuerte presencia en redes sociales, ha convertido a Ai Weiwei en el artista más poderoso del mundo según la crítica. Para él todo es cuestión de coherencia: “Un artista respetable no puede separar su obra de su opinión política. Mi padre y su generación fueron víctimas políticas. Yo mismo estoy siendo herido ahora. Mis problemas son el problema de todo mi país y tengo la responsabilidad de hacérselo saber a la gente. No es una elección, es mi vida y si tengo que sacrificarme, no me arrepentiré”.

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